viernes, diciembre 29, 2006

Carnavales culturales de Valparaíso: La triste realidad.

Carta al Director del Mercurio de Valparaíso

Las palabras suelen quedar grandes ante la evidencia. “Carnaval” o “cultural” más parece ser el apellido de consuelo para un bastardo comité promotor de la vergüenza ajena. De que algo pueda llegar a ser “insuficiente” en nuestro país es un suceso que todos vivimos a diario, pero que una instancia que debiera de poseer el vuelo necesario, para como toda experiencia artística, de sacarnos de la cotidianidad y al tiempo ser la más profunda muestra de lo esencialmente humano –y que termine siendo un hoyo más en el camino u otro puente que se cae- da para sospechar de la calidad y las buenas intenciones de sus organizadores.
Compañerismo, pituto o ineptitud, como quiera llamársele, es la carta de visita para una programación del más bajo nivel, espantosamente planeado y en sus pocos puntos altos insuficiente. Pésima amplificación para Víctor Jara sinfónico o para Los Tres; películas que requerían pases que antes de la repartición se agotaban; conciertos de rock para público limitado (y limitadísimo); recitaciones poéticas que más parecían reuniones de partido; obras de teatro presentadas en ocasión única topándose en el mismo horario; eventos que se repetían incansablemente para rellenar el cronograma.
Algo huele podrido en Valparaíso (desde hace mucho), y emana hoy desde la fanfarria de su ministerio. Mientras un par de editoriales de la región se han preocupado por elevar la poesía porteña –y en especial la joven- como una de las más sobresalientes a nivel nacional, mientras el jazz y el buen rock inundan cada fin de semana las calles, mientras ciertas universidades se han preocupado de la discusión intelectual, mientras las escuelas de cine se instalan en la ciudad ¿De verdad qué pasa por la cabeza de los organizadores? Pues sin duda han logrado sumarse a la dictadura del mal gusto poniendo el raggaeton y el alcohol a destajo como guinda de su torta. Esto lo digo como joven, como estudiante, como actor cultural. Víctor Jara quedó para un coro de borrachos que apenas conocían sus letras.